A 47 AÑOS DEL SUICIDIO DE SALVADOR ALLENDE TRAS EL GOLPE DE ESTADO DE PINOCHET EN CHILE

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Reproducimos la entrevista a su médico personal Oscar Soto, realizada en 2011 por Isabel Caballero, cuando finalmente se aprobó la autopsia que determinó, como siempre afirmó Soto, el suicidio como causa de la muerte del entonces presidente Allende.

El 11 de septiembre de 1973, el golpe de Estado militar liderado por el general Augusto Pinochet y promovido y financiado por los Estados Unidos a través de la CIA salía triunfal y se hacía con el control del país. El entonces presidente, el socialista Salvador Allende, había tomado la decisión de permanecer en el Palacio de la Moneda para coordinar la respuesta del gobierno y defender su cargo como presidente electo.

Entrevista

Oscar Soto siempre mantuvo que el presidente chileno se suicidó aquel 11 de septiembre de 1973 cuando los militares tomaron el Palacio presidencial de La Moneda en Santiago de Chile. Casi cuatro décadas después de esos negros episodios, una nueva autopsia del cuerpo ha corroborado su versión, una versión, dice, “nada ortodoxa para la izquierda”, que siempre mantuvo que había sido asesinado por los golpistas. Él -que trabajó como su médico personal durante muchos años- fue el que cruzó las últimas palabras con Allende esa mañana aciaga que desencadenó en un baño de sangre y que le obligó al exilio.

Afincado en Madrid, Oscar Soto, de profesión cardiólogo, tiene muy vivos los recuerdos de aquellos días. Él y toda su familia se vieron obligados a abandonar Chile tras el golpe de Estado militar. Fueron días intensos en los que su vida corrió un serio peligro y en los que pudo salir indemne. Soto ha relatado en exclusiva para nuevatribuna.es una experiencia difícil de olvidar hasta en los más mínimos detalles y cuyo interés hace que publiquemos en su totalidad.


Nuevatribuna.es | Isabel G. Caballero | Han tenido que pasar 38 años para que se corrobore la versión que usted siempre defendió, que el presidente Salvador Allende se suicidó el 11 de septiembre de 1973 en el Palacio de la Moneda. ¿Cómo ha recibido esta noticia?

“Allende me dijo, bajen en fila, yo bajaré el último” 

Oscar Soto | La izquierda curiosamente empezó a poner en duda la versión del suicidio y yo lo comencé a pasar muy mal, porque la verdad es que ya había escrito en el año 1998 un libro que se llama “El último día de Salvador Allende”. Intenté escribir en ese libro una cosa histórica y que, en algún momento, cuando pasaran cien años se supiera qué pasó el 11 de septiembre en el Palacio de la Moneda entre las 8 de la mañana y las 14 horas que murió.

Quería que lo que ahí se dijera fuera la verdad. Entonces reuní una serie de testimonios de personas que todavía estaban vivas y que habían estado esa mañana y escribí ese libro. O sea que, escribí, no mi versión, sino la versión de todos. Afirmé ahí cómo fue la realidad, que unos 30 segundos antes, un minuto antes, hablé con Salvador Allende que estaba en la segunda planta -porque a mí me habían tomado preso en la primera- y me preguntó qué pasaba, entonces le contesté, -los militares han tomado la primera planta y nos dan 10 minutos para que ustedes bajen y nos rindamos. Entonces el presidente me responde: -bueno, bajen en fila, yo bajaré el último. Y en ese momento lo veo que se mete en una especie de saloncito un poquito más chico que se llama el Salón de la Independencia, y cuando voy bajando siento un par de balazos. Te lo digo francamente, no puedo saber si fueron balazos de su suicidio -porque había muchos otros balazos en ese momento, no podía distinguir-, pero tenía la certeza de que cuando él muere no había ningún militar arriba, en la segunda planta, ni ninguna persona extraña al grupo de seguridad de personas que lo acompañaban.

“Yo tenía la certeza de que, cuando él muere, no había ningún militar en la segunda planta”

Entonces, la tesis de que lo hubieran matado o que hubieran contribuido a -como dice algún periodista-, a completar un suicidio que fue incompleto y que otro le pegó un tiro, me parecía absolutamente descabellado. Y lo escribí. Lo escribí en esa edición del año 98, así que estos momentos los he vivido con mucha angustia hasta ayer por la tarde [se refiere al martes 19 de agosto cuando se conoció el resultado de la autopsia] que me llamaron de Chile y me dijeron: -mira, aquí te mandamos todo ya solucionado. Isabel Allende, la hija, me dijo: -mira Óscar aquí tienes todo.

¿La familia estuvo siempre de acuerdo con su versión?

Sí, la familia estaba totalmente de acuerdo porque yo les conté la realidad. Fui médico de Allende antes de que fuera presidente, o sea que, cuando me incorporé al equipo de Allende,  tenía una cierta relación de amistad, más que con él, con su hija médico, Beatriz, que después se suicidó en Cuba el año 77.

«El suicidio no era la versión ortodoxa para la izquierda»

Entonces yo tenía una relación de amistad grande con Allende porque le acompañé a todas partes como médico personal. Me fui con él a Naciones Unidas, Méjico, Cuba, la Unión Soviética, a Marruecos, a Rabat, anduve en todas partes con él y lo acompañaba cada vez que hacía un viaje también en Chile, desde Santiago a Monte Arena. En esos viajes largos siempre lo acompañaba.

Yo lo había escrito, pero apareció una serie de gente que decía que no; no decían directamente que yo estaba mintiendo, pero afirmaban otra posibilidad, que en el fondo era lo mismo, y además algunos fueron un poquito más osados, dijeron no, es que los médicos, generalizaron, hicieron un pacto con el general que tomó La Moneda, entonces ellos están libres porque asumieron la versión de la Junta militar, y el entonces General, Javier Palacios, los dejó en libertad.

Es decir, que la versión primera que se da es el suicidio.

La versión primera que se da es la de la Junta, que Allende se suicidó, y era la verdad. Esa es la versión que entrega la Junta, lo que pasa es que, claro, no era la versión ortodoxa para la izquierda.

No era la versión heroica.

No era la versión heroica por así decirlo. Eso es verdad. Después aparece otro periodista que dice: -no, es que Allende intenta suicidarse pero queda moribundo y uno de sus compañeros es el que le pega otro balazo en la cabeza. Yo que había leído la necropsia hecha en la noche del 11 de septiembre en el hospital militar, hecha por un hombre muy respetado desde el punto de vista profesional, el doctor Tobar, que era el jefe del instituto médico legal, un hombre que yo estoy seguro que él no iba a dar una versión falsa aunque lo presionaran e incluso le costara la vida. Y él dice lo que tenía que decir. Y después también una investigación de los detectives, la policía civil, también coinciden con esto. Los mismos militares designaron un fiscal que autorizó la autopsia, además se hizo una investigación y se llegó a la misma conclusión, que coincidía con la nuestra, los que estuvimos con él.

Entonces, usted le deja en ese Salón de la Independencia y, ¿alguien vio que tenía un arma?

«Allende andaba todo el tiempo con un fusil AK47 que le había regalado Fidel Castro”

Bueno, él andaba todo el tiempo con un arma, un fusil ametralladora AK 47 que le había regalado Fidel Castro. Pero cuando ha pasado el tiempo la gente comienza a incorporar a su memoria cosas que escucha y que inmediatamente comienza a pensar que son verdad. Entonces, personas de confianza de Allende como Juan Enrique Garcés, que fue su asesor político dijo que no. Y otro muy amigo de él, un español republicano de toda confianza, Víctor Pey, un ingeniero, también lo negó: no puede ser esa metralleta porque estaba en un lugar que nosotros llamábamos Cañaveral que era una casa como de campo que tenía Allende hacia la Cordillera así que no podía haber estado en La Moneda. Yo, por precaución, no puse ni siquiera en el libro que se había suicidado específicamente con esa metralleta, sino que puse que había sido una AK47 sin más. Sin embargo, ellos dijeron, no puede ser el AK que le regaló Fidel Castro. Pero tanto su hija como el jefe del servicio de investigaciones que estaba ahí y que conocía el arma, dijo que era el AK47 regalo de Fidel. El perito balístico británico David Pryor declaró públicamente hace pocos días que el rifle era el que le había regalado Fidel Castro.

Pues bien, amigos tan cercanos comienzan a establecer algunas pequeñas dudas y se despierta mucho interés de alguna gente por decir no, esto no está claro. Por otra parte, yo tenía mucho interés en que se supiera la verdad porque lo había firmado, pero no era una cosa de orden personal, de orgullo personal ni mucho menos, es que creo que a todos los presidentes de la República que mueren en las circunstancias que murió Salvador Allende, el Estado tiene el derecho y la obligación de hacer una investigación completa, objetiva y de calidad técnica, y eso no se había hecho.

Y en realidad tampoco se ha hecho a impulso del gobierno chileno sino que ha sido la familia la que ha presionado. ¿Es así?

«Lo que no hizo el gobierno de concentración lo termina financiando un partido de derecha»

Sí, pero hay que reconocer que a pesar de que Piñera [El presidente chileno Sebastián Piñera] es un hombre de derechas, ha dado todas las facilidades y todos los recursos para que se contrataran todos los expertos internacionales, se les pagara lo que corresponde y lo ha financiado el gobierno de derechas, de Piñera, así que él se puede apuntar un tanto. Lo que no hizo el gobierno de concentración donde estaba el Partido Socialista de Salvador Allende, resulta que lo termina financiando un partido de derecha.

Sí, es curioso.

En Chile todos los políticos se conocen. Isabel Allende, por ejemplo, es amiga del presidente Piñera. Son rivales políticos pero son amigos. Incluso Piñera le preguntó a Isabel: –¿Y tú y la familia estáis de acuerdo con que se haga una exhumación? Isabel dice: -Sí, categóricamente estamos de acuerdo. –Entonces, vamos adelante con esto.

¿Usted ha colaborado también de alguna manera en el proceso?

Sí, sí. El Ministro Carroza [Santiago Mario Carroza] estableció una relación conmigo. A un hijo mío que vive en Chile le pidió mi libro, se lo mandé y lo leyó. Después, curiosamente, me tocó ir por un asunto familiar y tuvimos una conversación de unas tres horas. En ese momento se me ocurrió que yo tenía en Madrid una cosa que podía tener importancia, y que de hecho la tuvo bastante. Conservaba entre algunas cosas personales de Salvador Allende, algunas cosas que todavía conservo y que él me regaló, unas radiografías dentales del año 71 entre mis papeles y pensé que podía ser importante para la identificación del exhumado. Se lo entregué a Carroza y resulta que el odontólogo forense que trabajaba en la investigación hizo fotos del cráneo de Allende y eran calcadas.

¿Por qué cree que Allende decidió suicidarse?

«Era una persona que no iba a retirarse ni a renunciar a su mandato democrático»

Hay varios motivos. Uno, el político. Salvador Allende era una persona que no iba a retirarse ni a renunciar a su mandato democrático electoral. Él había sido elegido presidente por una mayoría relativa. El Congreso lo había confirmado ya por mayoría absoluta y en ese momento él no iba a ceder a ninguna presión, ni extranjera ni nacional.

Ahora, ¿qué ocurría conjuntamente con esto? Allende no toleraba que le pudieran decir alguna cosa ofensiva. Recuerdo que en algún momento, en un viaje que hicimos, en un viaje corto a Valparaíso, íbamos caminando en un grupo, y había unos empleados bancarios que estaban ahí y cuando cruzó Allende le dijeron: -¡Maricón! Allende se volvió y le pegó un bofetón. Su reacción inmediata fue agresiva.

Él tenía un temperamento muy fuerte. Cuando vio la situación definitiva, militarmente perdida, tomó dos decisiones: una, impedir que eso fuera una masacre, para los civiles que estábamos ahí; y después su inmolación.

Creo que había muchas cosas… Y luego yo -quizás es una cosa de mucha subjetividad-, tuve la sensación, en los últimos contactos, de que él estaba un poquito deprimido.

Cuándo dice contacto, ¿se refiere al mismo día?

No. Algunos días previos. Una tarde, me fui para conversar con él, a preguntarle cómo veía la situación. Estábamos conversando ahí solos y en un momento determinado me dice: -Doctor, y ¿usted tiene pasaporte?, ¿y su familia tiene pasaporte? -Pasaporte reciente no, tenemos pasaporte antiguo, que están vencidos, están caducados y que había que renovar. -Yo le recomendaría que sacaran pasaporte. Y en ese momento yo no le di atribución y le dije: –No, presidente, no voy a sacar pasaporte porque si su médico personal comienza a sacar pasaporte a estas alturas, es una cosa pública, entonces qué va a decir la prensa. Mire, no, no, yo no puedo hacer eso, no voy a hacerlo por razones obvias. Pero después lo estuve meditando, por qué me estaba diciendo eso, ¿qué elementos tendría en su pensamiento…? Lo notaba un poquito bajo, un poquito deprimido diría yo.

¿Intuía algo, quizá?

Sí. Y no solamente eso. En algún momento él se dio cuenta de que la derecha había focalizado -como suele ocurrir en algunos otros países- en una persona el conjunto de los males del país. Y esta persona era él.

Probablemente el informe que presentará el ministro Carroza sobre esto -que tiene más de 500 páginas-, va a tocar todos estos aspectos psicológicos del asunto.

Nos ha contado a grandes rasgos cómo era la persona. Pero, ¿cómo describiría la figura política de Allende?

«La derecha había focalizado en una persona el conjunto de los males del país»

Allende era un demócrata, toda su carrera la había hecho en el Parlamento chileno, al comienzo como diputado pero después fue siempre senador de la República. No era un hombre que pudiera pensar que los cambios en Chile se iban a hacer por una vía revolucionaria como la que había implementado Fidel, o que trató de implementar Ernesto Guevara en Bolivia, no. Él no, él pensaba que en Chile las condiciones eran distintas. Chile era un país muy organizado, muy formal, la gente respetaba mucho las leyes y la ley electoral, y todas esas cosas funcionaban bastante bien. Allende pensaba que la posibilidad de un cambio importante en Chile tenía que hacerse por la vía electoral y respetar todas las creencias religiosas y políticas, todo el periodismo tuvo amplia libertad durante todo su mandato. La mayor parte de las cadenas de televisión, la mayor parte de la prensa escrita y la mayor parte de las radios eran de la oposición. El gobierno era absolutamente minoritario en eso. Y la televisión nacional chilena, similar a la que hay aquí, estaba formada por un ente que garantizaba el acceso de la oposición. Tampoco era una cosa que Allende pudiera manipular y no lo habría intentado porque no estaba dentro su criterio.

Allende participó con los partidos de la Unidad Popular en un proyecto que no tenía capacidad de defensa militar. No era posible defenderlo militarmente si las Fuerzas Armadas se unían para dar un golpe. Ese día, cuando ya estábamos en La Moneda, Allende preguntó: -¿Y qué será de Pinochet?, ¿estará preso Pinochet?, ¿los golpistas lo habrán tomado preso? Esto no lo sabíamos nadie. [Pinochet había asumido recientemente la comandancia del Ejército].

Pero Pinochet encabezó el golpe, ¿no?

«Pinochet es un político que tiene muchas características personales con Franco»

No, no fue la cabeza inicial. El golpe surgió de la Marina, que era la que tenía relación más directa con Estados Unidos, con la CIA. Además, la Marina americana estaba en el Puerto Valparaíso ese mismo día porque se iban a hacer unas maniobras conjuntas, pero nadie sabía en qué terminaba esta maniobra conjunta.

Pinochet es un político que tiene muchas características personales con Franco. De una frialdad enorme. Es un hombre que puede matar sin que le tiemble la mano. Es un arribista, trató de ser masón pero la Masonería no lo aceptó y desarrolló un odio grande contra la Masonería. Luego se dedicó a ser un ferviente católico. Tenía en la cabeza, en gran medida, lo que había hecho Franco después de abril del 39 como norma, que hay que eliminar físicamente al enemigo. Eliminó a mucha gente, mató a mucha gente. Pinochet se sube al golpe militar en los últimos tres días, cuando él se da cuenta de que si no se sube, se aísla. Se sube y progresivamente se monta la Junta, que es de cuatro, él va escalando, va adquiriendo roles cada vez más importantes.

Oscar, nos ha contado las últimas palabras que le dijo el presidente, ¿cuántas horas pasó allí?, ¿cómo fueron esas últimas horas? Usted llegó a primera hora de la mañana al Palacio de la Moneda.

Sí. Llegué porque desde la casa del presidente llamaron a mi casa, y la telefonista me dijo: -Doctor, el presidente dice que se vaya a la Moneda porque él se va para allá. Me fui para allá y tuve dificultades para entrar porque los carabineros tenían pequeños cercos y entré alrededor de las ocho y cuarto de la mañana, aproveché que llegaba una de sus hijas en un coche, que la dejaron pasar, y yo me metí en el coche, y entré. Desde ese momento estuve allí hasta que todo terminó.

¿Cuándo llegan las primeras informaciones sobre el golpe?

Lo primero que se sabe del círculo oficial del presidente es que había un levantamiento de la Marina, que ya había copado los lugares más importantes de Valparaíso y Viña del Mar. En esos momentos, Allende habla varias veces por radio, pidiendo tranquilidad, pidiendo que los obreros no abandonen sus lugares de trabajo. Tengo la certeza que cuando a las 9 de la mañana hay un bando militar firmado por los principales jefes del Ejército, ya no había nada que hacer, no hay posibilidad de resistencia popular. La gente no tiene armas y si hubieran salido a las calles habría sido una masacre. Entonces, es cuando Allende entiende que su responsabilidad es muy grande, en cómo evitar el mayor número de pérdidas humanas, porque los militares, si veían a personas con una actitud contraria lo fusilaban de inmediato en la calle.

Y en su caso personal, ¿qué sucedió? Porque me imagino que usted también corrió bastante peligro. Me refirió al tiempo que transcurrió después de que Allende se suicidara.

«Les pasamos el tanque por encima’, nos amenazaban los militares»

Una vez que él muere, lo que hicieron fue destruir el Palacio presidencial, pero físicamente a mí no me pasó nada, tampoco a mis compañeros. Excepto un par de muchachos de la guardia del presidente Allende, que habían herido. Ellos tuvieron más pérdidas, porque los militares que asaltaron el Palacio de la Moneda sí que murieron porque algunos los civiles que custodiaban a Allende disparaban desde la ventana.

Entonces nos sacaron a todos a la calle, nos pusieron contra el muro del Palacio y nos tiraron al suelo. Había tanques y algunos militares decían: -les pasamos el tanque por encima, que sé yo, amenazas. A unos 80 metros vi muchas cámaras de periodistas por lo que era muy difícil que se arriesgaran a una brutalidad de esa naturaleza.

Después, el General Palacio tuvo una actitud bien curiosa porque hizo levantarnos a todos los que éramos médicos y yo estuve conversando con él. Entonces me mostró -me acuerdo-, su mano derecha y me dijo: -mire lo que me pasó aquí, casi me sacan la mano. Lo que tenía era un rasguño de una bala… Su herida de guerra… [ironiza].

Y entonces, el general Palacio dice: -entiendo que ustedes estén aquí porque son médicos y como puede haber heridos, ustedes están cumpliendo su función que es la de curar a esta gente, igual que yo. Yo recibo órdenes de mi comandante y jefe y me dicen: usted, señor Palacio, tiene que tomar la Moneda y yo la he tomado, la he tomado y. también he cumplido con mis funciones.

¿Pretendía justificarse?

Claro, estábamos haciendo como un paralelo entre los derrotados, que éramos nosotros y él. Y en ese momento dice: -bueno, vamos a hacer lo siguiente, por qué no entregan su DNI a un oficial que lo apuntará y luego ya quedan en libertad. Eso ocurre como a las cinco de la tarde, después de estar varias horas tendidos en el suelo. Y los médicos nos fuimos en libertad, fuimos los únicos que nos fuimos.

¿Ya se sabía que Allende estaba muerto?

Sí, sí. Se sabía. Se sabía desde las dos de la tarde. Yo lo sabía perfectamente porque cuando bajé la escalera y venían otros detrás de mí, se puso detrás de mí un hombre que yo lo apreciaba mucho, que era el intendente del Palacio. Él estaba llorando y le pregunté: -¿qué pasa, Enrique?, ¿por qué lloras?, y me dijo: -el presidente ya ha muerto, está muerto. Y entonces me di cuenta que al retirarse Allende, después de nuestra conversación, se había ido a un lugar y se había disparado. No había otra posibilidad. Nadie del ejército le había disparado y nadie entró después a ese lugar.

Luego nos fuimos caminando. Había toque de queda en todo el país. Yo le dije al general Palacio: -general, que a la primera de cambio, nos va a coger una patrulla del ejército y nos va a meter presos. -No, díganle que yo los he dejado en libertad. Y salimos caminando y conversando entre nosotros. No sabíamos qué hacer. Yo tenía un amigo que iba conmigo, que también era médico y me ofreció su apartamento que estaba a tres manzanas. Y ahí pasé la noche del 11 de septiembre.

¿Cuándo fue consciente de que tenía que salir del país?

Esa noche, cuando estábamos ahí empezaron a aparecer los bandos, y en uno de ellos, me parece que fue el número 19, aparecía mi nombre, doctor Oscar Soto. Tenía que presentarme en el Ministerio de Defensa. Ahí tuve dudas aunque no me sentía culpable de nada, no había cometido ninguna irregularidad.

¿No se sintió en peligro?

En peligro tampoco. Era el médico personal de Salvador Allende, pero él no me pagaba por ser su médico, teníamos una relación distinta, no era funcionario del gobierno, no había cometido ningún dolo, nada. Empecé a llamar a algunas personas y me dijeron que tenía que presentarme: -tú vas ahí, te van a interrogar seguramente y luego te van a dejar en libertad, me dijeron.

«¡Todo esto de los senadores, diputados, congreso, todo esto se ha terminado en este país!, gritaban»

Al día siguiente, 12 de septiembre, al mediodía, bajé. Había un vehículo grande del ejército y me encañonaron: -¿no sabe que hay toque de queda?, – -le dije yo- pero estoy en un bando, un bando del ejército que me dice que tengo que presentarme al Ministerio de Defensa-Muy bien. Me subieron ahí y me llevaron al Ministerio. Y ahí me pasó una cosa que también tiene sus connotaciones. En la entrada, había una ventanilla y un oficial que me pregunta: -¿y usted quién es?, – soy el doctor Óscar Soto, -¿y por qué está aquí?, -es que estoy en un bando, -¿en qué bando?, me dice, -en el bando 19 y me dicen que me presente, -¿y cómo se llama usted?, -me llamo Óscar Soto Guzmán. Entonces el oficial me dice, –mire, usted no está en este bando, -si estoy ahí, -no, mire, aquí hay un señor que se llama doctor Óscar Soto, ¿y usted no me dice que se llama Óscar Soto Guzmán?, váyase porque no está en este bando, váyase inmediatamente. Y entonces yo como me sentía sin carga de ningún tipo, le digo -no, no, ese soy yo, -no hombre, usted váyase le estoy diciendo, que se vaya, me dice. No me daba cuenta que quería que me fuera. De alguna manera despertó algún grado de empatía conmigo. Nunca he vuelto a saber nada de él. Él quería salvarme de que entrara al Ministerio de Defensa, pero se cansó, llamó a un par de soldados y les dijo: -acompañen al doctor a la planta 11 donde está el servicio de inteligencia militar, suba doctor, suba. Cuando estaba arriba, de repente se abre la puerta del servicio de inteligencia y pasa un señor que conozco, que es el general Lutz, y me dice: -¿usted qué hace aquí, por qué está aquí?, repito la historia y a los soldados que me acompañaban les dice: -¿ustedes por qué lo están apuntando?, retírense, el doctor es un hombre de bien–Doctor -me dice- le queríamos preguntar algunas cosas, por qué no pasa a la habitación de al lado que lo vamos a interrogar.

Ahí me instalé 5 horas sin que nadie me preguntara nada, y en esas 5 horas me di cuenta de que nunca debía de haberme presentado porque los que llegaban ahí a esa habitación eran maltratados y algunos pasados al sótano donde los fusilaban, sobre todo a la gente joven. -¡Estos desgraciados, comunistas –decían- que trataron de poner una bomba en una central eléctricapara abajo! Después entraron unos parlamentarios y llegó uno de los más importantes dirigentes del Partido Socialista que se llamaba Aniceto Rodríguez y le pegaron un culatazo al pobre señor que tenía 65 años, cayó de bruces: -¡todo esto de los senadores, diputados, congreso, todo esto se ha terminado en este país! -le dijeron-, ¡levántate!.

Había una violencia enorme y me había metido por torpeza pero de alguna manera estaba todavía indemne.

«Los que estaban en el bando 19 era para mandarlos a la isla de Dauson, presos al sur de Chile»Después me interrogó el coronel Castro. Me preguntaron qué había pasado en La Moneda, que yo ya lo había contado, y que lo sabían ellos. Tuve la impresión de que quería cotejar versiones. Y por otra parte tenían mucho interés en sacarme la información de si yo había disparado desde el Palacio de La Moneda a los militares. Me di cuenta de que ese podría ser un delito para ellos muy grande. Siguieron interrogándome pero no me hicieron ningún daño físico ni psicológico, ninguno. Me dijeron: -espérese un momento doctor. Vamos a traerle después en un momento la copia para que usted la firme. Llegó el coronel, ya era de noche, serían las nueve, entonces el coronel me dice: -por qué no lo lee, si usted encuentra que algunas de las cosas que nosotros hemos apuntado que le pudiera perjudicar, bórrela –me dijo-, y después lo firma. Prácticamente no borré nada, porque no había dicho nada. Y en ese momento cuando me dice eso yo me paro, le digo: -coronel Castro, muchas gracias, hasta luego. Entonces el hombre se sorprendió: -¡pero, cómo, usted no se puede ir!, y le dije: -he venido voluntariamente, ustedes me han preguntado lo que han querido, he respondido a todo, he firmado mi declaración, entonces me dijo, -no, es que los que están en este bando 19, la Junta los está juntando para mandarlos a la isla de Dauson, presos al sur de Chile–No soy dirigente político, no soy ni ministro, ni subsecretario ni director de ninguna cosa, médico común y corriente-Sí, pero usted estaba muy cercano al presidente-le pido que me devuelva el DNI-no, no, no, el DNI no se lo podemos devolver.

Estoy en eso, cuando de pronto la puerta se abre y entra un militar con ese gorro prusiano que usa el ejército chileno, se cuadra y me dice: -¿qué haces tú aquí? Resulta que era un compañero médico amigo mío, era médico militar y bastante de izquierdas. Le cuento la historia mientras escucha el coronel Castro que le pregunta si me conoce: -sí, sí, somos condiscípulos, es una gran persona, y hace un elogio desmesurado de mí, y el coronel contesta: -llévese usted al doctor al domicilio de él detenido, no puede salir de su casaEstá detenido, tiene que quedarse en su casa.

«Alicia prepara un par de maletas porque nos vamos de este país, tenemos que salir»

De ahí me llevó al apartamento donde había dormido la noche anterior. Ahí me dejó y al día siguiente contacté con la viuda de Salvador Allende, con Hortensia, sabía que estaba en la casa del embajador mejicano, y me dijo que fuera inmediatamente con Alicia, mi mujer, y con mis 5 hijos a la casa del embajador. Salí, llamé a mi mujer, que curiosamente estaba con una persona que después fue presidente de Chile, con Ricardo Lago, éramos muy amigos y estaba en la casa de él, se había refugiado ahí. Y entonces le dije: -Alicia prepárate, entra en la casa, prepara un par de maletas porque nos vamos de este país, tenemos que salir.

A media de la tarde del día 13 de septiembre entré en la embajada mejicana. Y ya me olvidé de mi paisito, porque no pude volver hasta el año 1986, no me dejaron nunca más volver. Allí estaba toda la familia de Allende. Méjico había fletado un avión especial para llevar a sus técnicos que estaban en Chile y a la familia Allende, y resulta que cuando el avión iba a salir en un momento me dice: -mire, tengo hueco para que salga Alicia y los niños, pero a usted no lo dejan salir-Bueno, que vayan ellos y ya esperaré yo aquíQue se vayan.

Nostrataron muy bien. Los españoles que había en Méjico de la República fueron muy generosos, ya habían ubicado a mis hijos en el colegio Madrid, tenían toda una estructura montada. Mi suegro que era español republicano y que estaba en Chile tenía relaciones de amistad con algunos de ellos, así que yo me quedé tranquilo porque ese tiempo no les iba a faltar nada, y la generosidad del gobierno mejicano para con nosotros fue enorme, realmente inconcebible.

¿Y cuánto tiempo permaneció antes de salir?

«No pude volver a Chile hasta el año 1986»

Tuve que permanecer más de un mes, hasta el 16 de octubre. Cada vez que iba el embajador mejicano a obtener los llamados salvoconductos que tenía que firmar me decía: -a usted no le autorizan, -bueno, esperaremos. Hasta que hice una gestión. Un profesor mío, el doctor Francisco Rojas Millega, era un hombre de derechas. Le llamé y se lo conté: -¿por qué no lo dejan salir?, -es que no me dan el salvoconducto, -¿y quién tiene que darle el salvoconducto?, -creo que Enrique Bernstein.

Bernstein era un hombre que había colaborado mucho en el gobierno de la Unidad Popular, pero era de derechas, entonces llegó el golpe y se quedó en el Ministerio de Asuntos Exteriores, no era el ministro pero era muy importante. Y me dijo: -yo mañana a las 8 estoy en la casa de Quico Bernstein (eran muy amigos) es paciente mío y lo conozco mucho y le voy a decir que te firme el salvoconducto.

«La generosidad del gobierno mejicano para con nosotros fue enorme»

Efectivamente, la próxima vez que fue el embajador yo tenía el salvoconducto firmado por el Ministerio de Asuntos Exteriores pero los miembros de las fuerzas aéreas no nos dejaron salir a pesar de que tenía firmado el salvoconducto, por orden del general Lizt, tachándome de delincuente común. Total que se armó un lío muy importante, que fue también muy significativo porque Méjico aludió a los tratados internacionales. El embajador mejicano llamó por teléfono al presidente mejicano. Eran las 11 de la noche. Y nosotros escuchamos: -sí, muy bien presidente, sí presidente, se hará lo que usted dice, decía. -Mi presidente dice que no hay ninguna transacción, salen todos porque eso es lo que exige el gobierno mejicano-Se quedan aquí y nosotros no los vamos a dejar salir, dijeron los otros.

Pasamos la noche ahí entera, tumbados en un rincón. El embajador tomó la precaución de llamar a otros embajadores para que nos protegieran. Llegó el embajador de Venezuela, el de Guatemala, llegó hasta el del Vaticano y se quedaron toda la noche con nosotros. Y como a las 10-11 de la mañana del día siguiente, un oficial se acercó al embajador mejicano y le dijo: -embajador, la Junta en este momento está reunida y quiere que usted vaya a explicarle la situación. Y el embajador le dijo: -mire, dígale a los miembros de la Junta que yo no tengo nada que explicarles, ellos tienen claras las cosas.

Al final la Junta cedió y nos embarcamos en el avión mejicano después de pasar en el aeropuerto desde las 9 de la noche del viernes, hasta las 15 horas del sábado. Así que así salimos, así salí yo hacia Méjico donde llegué a las 2 de la madrugada.