María Alejandra Vannelli, técnica en Puericultura y consultora en crianza, revela cómo afecta la pandemia a los más chicos y brinda consejos para afrontar este inédito confinamiento. «A los niños hay que darles ese calor que se brinda con gestos, palabras, mimos, abrazos; eso que se ha perdido en estos tiempos», asegura.
Por Gabriel Esteban González | Telam
En casi cien días de aislamiento social -para muchos chicas y chicos, el tiempo es mayor porque las clases se interrumpieron antes-, madres y padres se preguntan cómo afecta esta inédita pandemia a los más pequeños y de qué manera ayudarlos a que este período sea lo menos traumático posible.
Para obtener esas respuestas, Télam entrevistó a María Alejandra Vannelli, técnica en Puericultura de la Universidad de San Martín y consultora en crianza de larga experiencia, quien ante todo resalta “la importancia de los vínculos para comprender a los niños en una etapa clave, ya que se forma su futuro como persona. Ellos tienen dos cualidades: por un lado, viven el aquí y el ahora. Por otro, tienen una gran flexibilidad para adaptarse rápidamente a los cambios”.
– Vannelli, nadie está preparado para un pandemia ni para el aislamiento que estamos atravesando. Imagino que los chicos lo sufren tanto o más que los adultos.
– Exacto, ellos como los adultos, aunque parezca una obviedad decirlo, son personas y los hechos les impactan de igual manera. Claro que no tienen el registro de una pandemia que a nivel mundial se ha planteado como “una guerra contra un enemigo invisible” y sienten miedo por su propia seguridad y la de los que los rodean. Ellos no manifiestan los cambios en forma lineal sino a través de gestos o actitudes: enojos, estar decaído, hiperkinético y orinarse, como se da en casos de chicos de 8 o 9 años. El niño, de acuerdo a su edad, depende en un 100 por ciento de un adulto en cuanto a responder a sus necesidades básicas. Por otra parte, no sabe nombrar sus emociones, las tiene que “leer” el adulto. No tiene una independencia de decisiones en nada. Un padre puede decir: “estoy agotado, me voy al chino a comprar algo, a tomar aire”, y sale. El niño, no.
– Además, ellos viven un aislamiento mucho mayor.
– Son los únicos que han estado en cuarentena absoluta, confinados, al menos los dos primeros meses. Es más, las clases se interrumpieron una semana antes del 20 de marzo. No olvidemos, tampoco, que al comienzo se les puso la idea de que ellos no se debían contagiar porque eran grandes transmisores del virus, cosa que con los meses se comprobó que no era así, que son ínfimos los casos de contagios en la infancia.
– ¿Qué es lo primero que los afecta?
– Al estar confinados, pierden algo muy importante para el ser humano, que es la mirada del otro. Los adultos tenemos la necesidad de compartir lo que hacemos con la gente, que nos escuchen, que nos lean, que nos miren. Porque la mirada te constituye. Y los niños necesitan ser mirados. Aunque no hablen, con los ojos te dicen, “mírame”. La mirada de los padres, por supuesto, pero también la del resto de la familia, del entorno social de la gente en la calle…
– Y cuando sale a la calle, los pocos minutos que puede, ve a toda la gente con barbijos…
– Eso es muy chocante porque para el adulto es la imagen de enfermedad, sobre todo el barbijo blanco que se asocia a un hospital, es como ver enfermos en todos lados. Hay niños que han venido a mis grupos de crianza que me dicen que ahora no quieren salir porque los pone tristes, ven como en una ciudad fantasma…
– ¿Cómo experimentan la incertidumbre, que en definitiva, también tenemos los adultos?
– Los niños han perdido los tres pilares que se necesitan para ser una persona psicológicamente sana, para luego poder ser autónoma, con una autoestima bien construida. Esos pilares -el apego seguro, la seguridad y la confianza- están hechos añicos. El apego seguro tiene que ver con el vínculo profundo con otra persona y que te da la tranquilidad de que tu subsistencia está asegurada, tanto en lo físico como en lo emocional. Eso está afectado por la posibilidad de que a tus padres les pase algo y, por si fuera poco, esos padres también pueden estar fuera de eje, al estar encerrados las 24 horas, haciendo de padres y también de maestros, una tarea que no conocían. Sin darnos cuenta, a los niños se les exige que respondan como un grande. Esa presión puede generar gritos, hiperkinesia, gestos violentos. Además, ellos también perdieron sus pequeños momentos de privacidad, sin la mirada controladora del adulto.
– Pasemos al segundo pilar…
– La seguridad. Cuando sos bebé, tu mamá te da la seguridad, por ejemplo, de comer… “Mamá la mamadera, la teta”. Si estás sucio, mami te cambia. Esa seguridad se pierde en esta situación de “guerra”, en especial, a la noche. Hay niños que de día están bárbaros pero cuando se van a dormir, se relajan y se orinan en la cama.
Otro factor que afecta la seguridad es la alteración de los ritmos: la hora de levantarse, de comer, de acostarse… Y eso se ha perdido. A menudo los adultos nos olvidamos de en qué días estamos.
– ¿Y el tercer pilar?
– Es la confianza. Por ejemplo, el temor de que ese enemigo invisible que está afuera puede estar en cualquiera que circule por la calle. El movimiento también es importantísimo en un niño; desde la parte física, como fijar el calcio, la vitamina D, desarrollar sus músculos, los huesos… Y también, por supuesto, desde el plano emocional.
Para los adultos, tres meses no es un tiempo significado en la estructura de la vida, pero para los niños es un período enorme, en el que experimentan muchos cambios en muy poco tiempo: gatean, aprenden a caminar, a saltar, en dos pies, en uno, incorporan el equilibrio. En fin, hay un montón de procesos que están relacionados con el desarrollo que se pierden.
También pierden el vínculo, la pertenencia social, encontrarse con pares para jugar. Por el contrario están totalmente enchufados con la tecnología y tras estar horas frente a una pantalla, de pronto necesitan moverse a full, están alteradísimo, lo que genera confrontación con los adultos.
Hay que tratar de mantener la rutina y los horarios previos a la cuarentena, así a los niños no les va a costar volver a la normalidad”
– ¿Qué consejos les daría a madres y padres frente a esta situación inédita que atravesamos?
– Ante todo que los niños tengan registro de su propia existencia que se conecten con la vida. Recomiendo que, al menos una vez por día, los lleven a dar una vuelta manzana. El niño necesita mirar cielo, hojas, ramas flores, “juntar tesoritos”, en fin, que traigan la existencia de la vida a su vida, que se reconecten con lo vivo.
En cuanto a los vínculos, darles el espacio para que puedan contar cómo se sienten, qué extrañan. Los adultos, que hemos sido niños, tratemos de bajar y empatizar con ellos, para tratar de entenderlos. Y facilitarles la experiencia.
También ayuda mantener la rutina y los horarios previos a la cuarentena, así no les va a costar volver a la normalidad. Cuando el niño se va a dormir es bueno comentarle los planes para el día siguiente, eso le da seguridad.
Por otra parte, no es bueno que los niños vean los noticieros con la información de la pandemia. No les suma nada y les resta muchísimo, les genera una enorme tensión.
El calor es otro factor importantísimo, ese calor que se brinda con gestos, con palabras, con el contacto físico. Hacer mimos, dar abrazos, eso también se ha perdido. Como vivimos todos juntos tanto tiempo, te levantás y desayunás sin saludar… No, hay que saludarse, besarse, abrazarse, bailar, cantar, en fin, todo lo que implique una relación; leerles cuentos, cocinar en conjunto, decorar una mesa, jugar con ellos ya que el juego activa la imaginación. Compartir momentos, genera vínculos más profundos. Los niños sienten miedo, y la antítesis del miedo es el amor. Frente a ello, lo mejor es el amor. Eso es lo que deben recibir, mucho amor.