Este hijo de campesinos, nacido el 2 de marzo de 1931 en Privólnoie (Krai de Stávropol), cerca del Cáucaso, en la RSFS de Rusia, supo refelexionar diciendo que «lo que ocurrió con la Unión Soviética fue mi drama. Y un drama para todos los que vivieron allí», confesó sin anestesia Mijail Sergueievich Gorbachov en una entrevista concedida en 2016, a 25 años de su renuncia como presidente de la URSS.
Y no dudó en sostener que en la desintegración de la URSS «hubo traición» a sus espaldas y como sus adversarios no pudieron llegar al poder por medios democráticos, «cometieron un crimen porque fue un golpe de Estado».
Gorbachov, quien falleció a los 91 años edad, sintetizaba así el momento más crítico que le tocó vivir en su vida política, luego de haber encarnado un cambio inimaginable en el gigante comunista.
Procedente de una familia campesina rusa de la región del norte del Cáucaso, estudió Derecho en la Universidad de Moscú, ciudad donde conoció y se casó con Raisha Maximovna Titorenko y se afilió al Partido Comunista. De regreso a su región de origen, realizó una rápida carrera política, ascendiendo a cargos de responsabilidad regional en las juventudes comunistas y en el partido.
Saltó a la política nacional como miembro electo del Soviet Supremo y varios cargos más en el transcurso de los siguientes años, luego de afrontar con éxito la terrible sequía de 1968.
Pero su consagración ocurrió en 1985 tras la muerte de Konstantin Ustinovich Chernenko, cuando fue elegido secretario general del Partido Comunista de la URSS y, tres años más tarde, presidente del Sóviet Supremo y jefe del Estado. El máximo poder de la potencia estaba todo en sus manos.
Gorbachov era la cabeza visible de una corriente reformista que pedía espacio a los gritos y que exigía una renovación generacional para salir del estancamiento en el que había quedado sumergida desde la época de Leonid Brezhnev.
Y su política estuvo a la altura de lo que reclamaban quienes lo apoyaban. Gorbachov puso en marcha desde 1990 un programa político extremadamente audaz que no sólo acabaría con la URSS, sino con la propia existencia de aquel Estado.
Eternamente se lo recordará por la «glasnost» (transparencia) y la «perestroika» (reestructuración), los dos pilares de esa reforma que cambiaría también el tablero político internacional.
Primero fue la glasnost, que consistió en liberalizar el sistema político al que acusaban de estar férreamente controlado por el Partido Comunista (PCUS), por lo que los medios de comunicación obtuvieron mayor libertad para criticar al gobierno.
El objetivo expreso era crear un debate interno entre los soviéticos y alentar una actitud positiva y entusiasmo hacia las reformas. Pero esta política de apertura se volvió en contra de Gorbachov al incrementarse los problemas económicos y sociales por efecto de sus mismas reformas y al incrementarse la crítica de la población contra la dirección política del PCUS.
Con la perestroika, en tanto, intentó modernizar la economía soviética con reformas que iban en línea con lo que ya estaba aplicando China, descentralizando el sistema y dándole más autonomía a los diferentes ministerios.
Sin embargo, este movimiento revolucionario –porque modificaba de raíz las anquilosadas estructuras- terminó siendo el principal factor que aceleró la desintegración de la URSS, fundamentalmente por el crecimiento del nacionalismo de las repúblicas dentro de la Unión Soviética en medio de una fenomenal crisis económica.
Tal dimensión tenía esa crisis económica, que Gorbachov optó por reducir drásticamente los gastos militares que incluyeron dos iniciativas históricas: la firma en 1987 del tratado de desarme pactado con EEUU, en esos tiempos gobernado por Ronald Reagan; y la retirada de Afganistán dos años más tarde.
Esas retiradas del ejército soviético abrieron camino a los procesos independentistas que acabaron con los regímenes comunistas en Europa central y oriental, abriendo el camino para la reunificación de Alemania (1990).
Las tensiones entre la vieja guardia del PCUS que resistía los cambios y la oposición a ésta que los consideraba «lentos», fueron el caldo de cultivo de aquellos movimientos independentistas y el principal escollo que debió enfrentar Gorbachov en su convulsionada gestión.
El principio de su fin fue en 1991, cuando un movimiento democrático radical encabezado por Boris Yeltsin frenó el intento de golpe de Estado de aquella vieja estructura. Esto le permitió al nuevo líder pactar con los dirigentes de las otras repúblicas la disolución de la URSS, aglutinar el poder y acabar desplazando a Gorbachov.
El final político del hombre que posibilitó el cambio de escenario mundial no fue el soñado: luego de retirarse ese mismo año intentó regresar en 1996 candidateándose como presidente de Rusia, pero el cachetazo en las urnas fue terrible.
El tiempo, como suele ocurrir casi siempre, revalorizó su gestión borrando aquella impopularidad y dándole el lugar privilegiado que se ganó en la historia: Para bien o para mal, tras Gorbachov el tablero político nunca volvería a ser igual.
Fuente: Télam