Entrevista El País
El líder de la principal institución del Estado en educación superior pública señala que luego del estallido y la pandemia, el país debe repensarse con miras a una nueva Constitución.
El médico Ennio Vivaldi (Concepción, 1950) es el rector de la Universidad de Chile, la principal institución del Estado en educación superior pública del país sudamericano, fundada en 1842. Fundamental en la conformación de la República, la casa de estudios se ha puesto a disposición de la Nación en el marco de la pandemia: transformó su prestigioso hospital en una unidad enfocada en la covid-19, volcó sus laboratorios a la realización de exámenes, diseñó consultorios que minimizan la posibilidad de contagio y ventiladores mecánicos, mientras que los ingenieros y especialistas en salud pública evalúan el impacto de las políticas. “Las universidades, sobre todo las universidades públicas, han jugado un papel muy importante en todo el país. Tiene relación con el concepto de lo que es una universidad, que no es una instancia que alguien paga para sacar un título. Es mucho más que eso”, señala Vivaldi, en un momento crítico de la expansión de la enfermedad en Chile. Este sábado, el Gobierno de Sebastián Piñera informó de 5.347 fallecidos por el virus –sin contar los casos sopechosos–, y de 267.766 contagios totales.
Pregunta. ¿Qué ha dejado en evidencia la forma en que ha avanzado la pandemia?
Respuesta. No sería muy temerario hacer un vínculo entre la forma en cómo se dio la pandemia y el antecedente que teníamos del estallido social de octubre que, entre otras cosas, nos denunciaba un descontento por la tremenda desigualdad. En la pandemia, lo primero que destaca justamente es la tremenda desigualdad existente en la sociedad chilena, que hace que la forma cómo golpea a los sectores de las ciudades más privilegiados sea dramáticamente distinta a cómo lo hace en los sectores menos privilegiados. Cuando comenzó a comprometer a los sectores populares, se expresó en toda su magnitud las consecuencias del hacinamiento y de la precariedad. Es muy interesante la relación entre lo económico y lo sanitario.
P. En los sectores populares las cuarentenas se respetan mucho menos…
R. Tiene una explicación muy obvia: una parte de los chilenos no sabía que una fracción muy importante de los ciudadanos comían en la noche en función de lo que ganaban durante el día. Por lo tanto, pedirle a alguien que respete la cuarentena era condenarlo a no tener qué comer, literalmente. Hasta octubre pasado, Chile parecía vivir feliz y contento sin asumir la desigualdad, la precariedad y el descontento que ahora estamos obligados a enfrentar.
P. ¿Era un Chile ignorado?
R. Un Chile que no era parte de la conversación. En consecuencia, esta experiencia es clave para enfrentar en el futuro próximo lo que va a ser la conversación sobre una nueva Carta Fundamental. Luego del estallido y la pandemia, Chile debe repensarse con miras a una nueva Constitución. Es clave generar un ámbito de conversación y de discusión dentro de la sociedad chilena. Resulta peligroso que volvamos de nuevo a una situación en que prime –justificadamente o no– la rabia.
P. ¿Qué asuntos de deberían abordar en ese debate constituyente que se abriría luego del plebiscito del 26 de octubre?
R. En Chile se aplicó el dogma neoliberal de forma exagerada y extrema. No hay otra parte del mundo en que se haya dañado a la educación pública como se hizo en Chile, en que se haya relativizado y estigmatizado la idea de lo público. Pero este modelo nunca se discutió. Se impuso bajo el régimen de Pinochet y con el retorno a la democracia nunca nadie señaló: “Miren, señores, vamos a tener un gran debate.¿Qué pensamos?¿nos gusta esto?¿nos gustaba más como estaba antes?¿lo queremos un poco distinto?”. Nunca ocurrió y se dio por sentado que esta era casi la única forma de vivir.
P. ¿Es de los que piensa que este modelo ha fracasado?
R. Por lo menos en su forma extrema, ha fracasado. Pero cuando se habla de educación, de universidades, de salud, me gusta hacer una distinción entre lo que es lo conceptual y lo que es lo empírico. Porque un asunto es que este modelo me guste o no, pero está la dimensión práctica: si las cosas funcionan o no funcionan. Y por lo menos para mí, además de que este modelo no me gusta, está el hecho de que este modelo no funciona.
P. ¿Cómo encontró la pandemia a la salud pública chilena, donde se atiende el 80% de la población?
R. El sistema de salud público chileno ha sido brutalmente precarizado. Se han introducido formas de financiamiento que casi son contrarias a las tradiciones médicas más respetadas como, por ejemplo, que el sistema de transacciones comerciales estén orientadas a los diagnósticos. Son transformaciones economicistas de la sociedad. Lo que nos salva, sin embargo, fue que nunca se perdió la tradición de excelentes salubristas que tiene Chile. Pero la brecha entre el sistema público y el sistema privado de salud es enorme. Y esta pandemia, entre otras cosas, nos obliga a reflexionar sobre cómo nuestro sistema extremo parcela la realidad.
P. ¿En qué sentido?
R. Esta pandemia nos ha hecho devolverle la primacía a una visión sistémica. La gran lección que hay que sacar tanto del estallido social como de la crisis sanitaria es que no es verdad que si uno está bien porque pertenece al sector afluente de la sociedad, qué importa lo que le pase a los demás. Esa manera de pensar no es solamente éticamente reprobable, sino que es falsa, porque la sociedad como entidad existe y es un nivel que está por encima en la dinámica de los grupos y las personas. Lo público nos afecta a todos. El que haya gente hacinada no es indiferente para el señor que vive en una mansión.
P. Esta fragmentación de la que habla, ¿ha impactado en el control de la pandemia?
R. Me jugaría por afirmar que si uno por muchas décadas lleva empujando una sociedad individualista, es difícil de un día a la mañana pedirle a la gente que piense como colectivo. En Chile ha habido una apología del egoísmo. Por ejemplo: en las generaciones anteriores jamás nunca alguien hubiera dicho en voz alta que iba a la universidad para obtener un título que le iba a permitir ganar más dinero. Eso no lo hubiera dicho nunca nadie y si alguien lo hubiera dicho, lo hubieran mirado como un loco. Pero esta posición en Chile hoy es absolutamente normal, aplaudida y empujada. Lo mismo con la pandemia: una persona que decide irse a la playa sabiendo que podría ser portador y contagiar a toda una población que no ha tenido contacto con el virus, está siendo ajeno a toda solidaridad. Hay décadas de relevar los intereses individuales de una manera abierta.
P. ¿En qué medida ha impactado el proceso de movilización social en el control de la crisis sanitaria?
R. Hay una desconfianza en la autoridad, sin lugar a dudas. No me gustaría meterme mucho en ese tema, pero si me forzara, uno se pregunta hasta qué punto el Gobierno vio en la pandemia una oportunidad de mejorar su imagen y eso lo incentivó a no ser ayudado. Por usar una analogía: un médico que tiene un caso muy difícil no duda en pedir la opinión de colegas, porque quiere compartir la responsabilidad y sabe que puede no tener la razón. Hoy en día, sin embargo, pienso que no tiene sentido insistir en cómo se podían haber hecho mejor las cosas. En medio de un naufragio usted no se preocupa tanto de increpar al piloto como de intentar que la embarcación no se hunda. Lo importante es que se enmiende el rumbo y rescato que hoy día hay una voluntad aparentemente de escuchar a los académicos, al mundo de las universidades, a los técnicos, a los colegios profesionales.
P. Hace una semana acompañó en su reporte diario al nuevo ministro de Salud, Enrique Paris. ¿Cómo se interpreta ese gesto?
R. La universidad pública pertenece al Estado y por definición tiene que preocuparse del bien común y no ser una pieza utilizable en el ajedrez de la política por ningún dueño. Y hemos tratado de ser absolutamente consecuentes con ello. A la Universidad de Chile no le corresponde dar o quitar apoyo político. Lo que corresponde es decir: somos parte del Estado y estamos disponibles para colaborar.