En su libro, «Cabezas. Un periodista. Un crimen. Un país», el periodista Gabriel Michi reconstruyó las últimas horas de José Luis Cabezas, asesinado en el verano de 1997.
El periodista relata en su libro que «el sábado 25 de enero a la madrugada, el fotógrafo salió solo del cumpleaños en la casa del empresario Oscar Andreani en su Ford Fiesta, hacia el departamento donde vivía con su familia, en Rivadavia, entre Eneas y Shaw, en la zona comercial de Pinamar. Allí lo aguardaban sus asesinos».
«Frente a la casa de José Luis había un descampado que les sirvió de guarida natural para esperar a su víctima». Estaban dentro del Fiat Uno de la esposa de (el policía bonaerense Gustavo) Prellezo -la también policía Silvia Belawski- cuando lo vieron llegar.
«-¡Ahora!, ¡Métanle caño y traigánmelo!«- ordenó el oficial Gustavo Prellezo.
«Horacio Braga y Sergio González saltaron desde el auto y se abalanzaron con un arma sobre José Luis, quien había estacionado el Ford Fiesta -que había alquilado la revista y que normalmente estaba bajo mi custodia-«, le apuntaron, lo golpearon y lo subieron al asiento de atrás de nuestro vehículo. En el otro auto, conducido por Prellezo, iban también los otros dos «Horneros», José Luis Auge y Miguel Retana.
Eran alrededor de las 5.15 o 5.20 de la madrugada de ese 25 de enero cuando se produjo el secuestro.
«Allí lo llevaron, tirado en el asiento de atrás y amenazado todo el tiempo. Manejaba Braga y González le apuntaba. Los dos autos transitaron los 8 kilómetros que llegaban hasta el camino rural que conducía a la laguna Gran Salada y doblaron hacia la izquierda. En ese camino de tierra recorrieron otros 5 kilómetros, hasta que después de una bifurcación, tomaron hacia la derecha y llegaron al pozo infernal. Era una cava de 14 metros de largo, 7 metros de ancho y 2 de profundidad, que había quedado allí después de que el Municipio de General Madariaga extrajese tierra para nivelar ese camino rural.
«Del Fiat Uno bajó Prellezo con decisión, hizo correr a los que estaban en el Ford Fiesta -estacionado frente a la cava-, y lo introdujo en la cava, con su frente dirigida hacia el paredón del fondo e hizo bajar a José Luis a los empujones. Le puso un par de esposas en las muñecas, asegurándolas a sus espaldas y lo hizo arrodillar con esa misma dirección del auto, al costado del lado del copiloto.
«Y allí se sintió el ruido seco y metálico del primer disparo. Y después, el segundo.
«Desde fuera de la cava miraban los cuatro «Horneros». Ellos dirán que fueron sorprendidos por la actitud asesina de Prellezo. Las dudas quedarán para siempre, embargadas en ese agujero sepulcral que se vistió de crimen y mentiras.
«Ya había claridad porque el sol comenzaba a asomar. Eran entre las 5.30 y las 5.50 de la mañana de ese desgarrador 25 de enero. Prellezo fue hasta su auto y bajó unos bidones con combustible. Le ordenó a Braga que lo acompañara y que rociara el cuerpo y el auto. Antes, el policía acomodó el cadáver de José Luis, cruzándolo en el asiento del acompañante, con sus piernas fuera del vehículo. Braga se resistió a cumplir con la orden, pero Prellezo era quien tenía el arma. Entonces, el «Hornero» empezó a derramar el combustible por todo el escenario macabro.
«Ahora, prendelo», fue la siguiente requisitoria. «Prendelo vos», le respondió Braga. Y Prellezo volvió a exhibirle el arma asesina. Braga tomó el encendedor de su bolsillo y encendió una llama que se propagó por su mano, ya que le había caído algo de ese líquido inflamable en esa zona de su cuerpo. Puteó un poco y después intentó de nuevo. Y allí sí, todo se encendió».
Testimonio de uno de sus compañeros y amigo Hugo Ropero
Hugo Ropero: «Era muy difícil no hacerse amigo de José Luis»
Desde su casa en Lobos, junto a la laguna, Ropero, quien era el jefe de Noticias cuando Cabezas fue asesinado, recuerda a su compañero pero en especial a su gran amigo.
«A José Luis lo conocí el 14 de julio de 1989. Él, que era fotógrafo free lance, había ido a la embajada francesa por el aniversario de la Toma de la Bastilla. Entre los invitados estuvo Migue Ángel Roig que había asumido como ministro de Economía del flamante presidente Carlos Menem cinco días antes. Cabezas le había hecho una foto a Roig al subirse a su auto, y minutos después, en el mismo auto, tuvo un infarto y murió. José Luis vino a la revista a ofrecernos esas fotos que, obviamente, le compramos. A partir de entonces empezó a colaborar con la revista hasta que quedó efectivo y se sumó al staff de Noticias.
Era un buen fotógrafo que se preocupaba mucho por el laburo, por aprender, era un profesional forjado en la calle que escuchaba a sus compañeros. Una vez le conté que en una guardia a Armando Cavalieri, en el Caribe, simulé que le hacía fotos a la periodista que me acompañó, como si fuéramos turistas para poder retratar al sindicalista. José Luis no se olvidó de esa anécdota y cuando fotografió a Yabrán, «usó» a Cristina, su mujer, para «afanarlo» en la playa.
Era un tipo muy divertido, muy de hacer chistes, era muy difícil no hacerse amigo de él, mientras no te agarrara de punto. Nuestra relación empezó en la redacción y nos hicimos tan amigos que el año anterior a que lo mataran alquilamos una quinta en Pacheco para nuestras familias.
José Luis se volvió antes a Buenos Aires porque una noche lo asaltaron al llegar. Siempre pienso que ese fue como un ensayo que hicieron los policías, poco antes de la muerte. Cristina, su pareja también me contó que había recibido amenazas telefónicas diciéndole que iba a pagar por la foto que había hecho en la playa.
Me enteré de su muerte a las pocas horas. Me llamó Michi preocupado por José Luis. Estaba en la comisaría donde le dijeron que había aparecido un auto quemado. De inmediato pensé: «Se pegó un palo en la ruta». Pero luego nos enteramos de los detalles de esa muerte terrorífica.
Hasta hoy creo que Yabrán no fue el responsable, era un tipo que se movía en las sombras y lo que menos quería es que se lo asociara a la muerte de un periodista.
La muerte de José Luis cambió el rumbo de mi vida. Después de casi veinte años en Perfil decidí irme porque no me gustó cómo se usó el tema Cabezas en la Editorial. Con otros periodista, Gabriel Pandolfo, creamos la revista El Planeta Urbano.
Yo seguí en contacto con la familia de José Luis. El papá falleció antes que la mamá, quien cada vez que me veía en su casa de Once me decía: «Cómo te quería mi hijo».
Con Gladys, la hermana, pusimos un bar al que llamamos Los Reporteros, en Bolívar y Venezuela, San Telmo. No nos duró mucho, un año y medio, no éramos del gremio… Después, con el tiempo, fui perdiendo el contaco con Gladys.
Este 25, como todos los 25 de enero, estaremos con muchos otros fotógrafos en la entrada de Pinamar, para recordarlo. Para decir «Cabezas, presente». Fuente: Télam