Tuvieron que pasar 27 años, una pelea entre los hermanos dueños de la banda que provocó la ruptura y un regreso con gloria a las fuentes, hasta que The Black Crowes volviera a pisar suelo argentino para recordarle a los fans locales lo excitante que puede ser el rock and roll interpretado visceralmente y sin rodeos, tal como ocurrió anoche en el porteño estadio Luna Park.
Todo ese periplo desde aquel breve set de 1996 en Ferro pareció tener su feliz epílogo en el abrazo cómplice entre el cantante Chris Robinson y su hermano menor, el guitarrista Rick, sobre el final de «Jealous Again», segundo tema de la noche, quienes en pocos minutos transcurridos en el «Palacio de los Deportes», ya daban sobradas pruebas de que la sociedad goza de buena salud.
La excusa de esta gira, que también hizo escala en Brasil y Chile, y prevé la participación en el Vive Latino mexicano, fueron los 30 años de «Shake Your Money Maker», el disco debut del grupo oriundo de Atlanta que revivió el estilo de rock and roll visceral y adrenalítico de finales de los `60 y primera mitad de los `70, con Los Faces y Los Rolling Stones de «Exile on Main Street», como referencias visibles.
Y ahí estaban de nuevo los hermanos que supieron sacarse chispas en el pasado, asociados para hacer honor al título del disco celebrado: volver a poner en escena aquello que los catapultó cuando las modas musicales de la época comenzaban su viaje del glam metal de pelos batidos hacia el nihilismo del grunge.
The Black Crowes regaló una hora y media de un poderosísimo rock, nacido en las orillas del Misisipi, pero que dio la vuelta al mundo, fue releído por los británicos y regresó a su país de origen. Pues no basta con decir que el grupo solo hizo alarde de un rock caracterizado por el desparpajo, porque hubo también resquicios de bluegrass -con los slides-, boogie, soul, gospel, hard rock y algunos estilos más, detrás del camuflaje despreocupado y celebratorio de la banda.
Sostenido por Chris, un maravilloso frontman y soberbio cantante; y la contundente sabiduría de la guitarra de Rich, la banda alcanza niveles de excelencia en esta nueva etapa a partir de la incorporación del argentino Nico Bereciartúa, un gran protagonista en esta formación con sus exquisitos y eficientes solos.
El bloque rítmico del bajo del histórico Sven Pipien y el baterista Brian Griffin fue la base perfecta para que el resto del grupo brillara; mientras que el tecladista Erik Deutsch fue ganando espacio con el correr del show, con una versatilidad que le permitía con igual maestría aporrear el piano con pasión en los temas más vertiginosos o entregar la cuota soulera o de boogie con el hammond o el piano eléctrico. El color gospel lo pusieron las coristas Lesley Grant y Mackenzie Adams.
Apostando todo a la carta sonora, el grupo prescindió de escenografías y gráficas y se lanzó el ruedo a iniciar el viaje por un pasado glorioso de la historia del rock, seguro de poder demostrar que esa música también es presente.
A las 21.30, mientras sonaba por los altoparlantes de un colmado Luna Park el grito de guerra «Are You Ready?», de Grand Funk Railroad; el grupo ingresó sin hacer alharaca y puso en marcha su recorrida de punta a punta, y en el orden original, por las canciones del mencionado disco.
A mitad de camino entre el Rod Stewart sexy y la paródica sensualidad de Jarvis Cocker, Chris se convirtió en el amo absoluto del escenario, además de descollar como cantante de rock ni bien culminó la icónica introducción de guitarra de «Twice as Hard»; aunque esto no hizo perder de vista la gran performance de todo el grupo.
Además del abrazo cómplice entre los hermanos, «Jealous Again» fue el momento del primer gran salto colectivo de la gente y la ratificación del lugar central de Nico, que ofrecía una buena variedad de solos y fraseos.
«Bienvenidos al `Shake Your Money Maker» de The Black Crowes», anunció Chris, como si hiciera falta, en el primer acercamiento al blues con «Sister Luck», para luego volver a la efervescencia con «Could I Be So Blind».
Tras el enfoque más gospel de «Seeing Things», el mismísimo Otis Redding se hubiera sentido complacido ante el coreo de la introducción de su clásico «Hard to Handle» y la excepcional lectura de «Los Cuervos Negros».
«Les dije que era un show de rock and roll, así que vamos a rockear», alardeó el cantante al regresar al vértigo con «Thick n´ Thin», preludió que dejó en llamas el escenario para la gran estrella del disco homenajeado: «She Talks to Angels», la épica canción que mostró una deliciosa alquimia entre la conmovedora intepretación de Chris, la guitarra acústica de Rich y el slide de Nico.
La dinámica de «Struttin´ Blues» y «Stare it Cold» resultaron un broche apoteótico a la recorrida por el disco, pero todavía quedaba más por compartir: era el momento del hard rock «zeppeliano» con «No Speak No Slave» y la fiestera «Go Faster», una elocuente canción «sobre los malos hábitos», según presentó el propio cantante.
Para el tramo final, el clima ganó en intensidad con la balada rockera de tintes épicos «Wiser Time», que repartió solos de piano y de guitarras que le agregaron dramatismo; se puso el ropaje boogie con «Thorn in My Pride», a partir del hammond, la armónica de Chris y el cruce de guitarras; y dejó una pizca más de hedonismo con «Remedy».
A la hora de los bises, con la ayuda de Nico como traductor, el vocalista reveló a la audiencia que los equipos no habían llegado desde Brasil, por lo que quiso agradecer a los «músicos amigos que prestaron sus instrumentos».
«El bajo de Vitico», alcanzó a decir -a esa altura, Nico se había cambiado la ropa y ostentaba ahora una remera de Riff-, para rematar con un «gracias Zorrito por los zapatos» con destino inequívoco a Fabián Von Quintiero y amagar con cantar «Muchachos», el hit mundialista de la hinchada argentina.
«Gone» fue el bis que resumió una noche de intenso y desinhibido rock and roll, a cargo de un destacadísimo maestro de ceremonias que pareciera saberlo todo en la materia, y una banda que, con su crédito argentino, se le planta frente a frente a quien dude que este estilo está vivito y coleando.
Por Hernani Natali – Télam