La habilidad supraterrenal de Diego Armando Maradona desbordó los circuitos previsibles y se convirtió en un apasionado campo de debate y creación en el que múltiples escritores como Mario Benedetti, Osvaldo Soriano, Beatriz Sarlo, Hernán Casciari, Eduardo Sacheri y Roberto Fontanarrosa dieron cuenta, ya sea de su veneración por el ídolo como de su capacidad para convertirse en espejo de las grandezas y carencias de la sociedad argentina.
La fiebre maradoniana construyó una legión de narradores fanatizados que a lo largo del tiempo no pudieron sustraer de su universo de escritura la idolatría por el futbolista, como el narrador y poeta uruguayo Benedetti, que cayó rendido luego del mítico gol con la mano que le hizo a Inglaterra en el Mundial de México 1986, una acción que el autor de “La tregua” definió como «la única prueba fiable de la existencia de Dios».
Benedetti capturó su devoción por Maradona en un poema titulado “Hoy tu tiempo es real», donde entre otros versos dice: «Hoy tu tiempo es real, nadie lo inventa/Y aunque otros olviden tus festejos/ las noches sin amor quedaron lejos/y lejos el pesar que desalienta/ Tu edad de otras edades se alimenta/ no importa lo que digan los espejos / Tus ojos todavía no están viejos/ y miran sin mirar más de la cuenta/Vida tuya tendrás y muerte tuya / Ha pasado otro año, y otro año / Les has ganado a tus sombras, aleluya».
«Diego Armando Maradona fue adorado no sólo por sus prodigiosos malabarismos sino también porque era un dios sucio, pecador, el más humano de los dioses”, definió alguna vez otro uruguayo famoso, Eduardo Galeano, que en su libro “El fútbol a sol y sombra” le dedica extensas referencias al jugador.
“Este ídolo generoso y solidario había sido capaz de cometer, en apenas cinco minutos, los dos goles más contradictorios de toda la historia del fútbol. Sus devotos lo veneraban por los dos: no sólo era digno de admiración el gol del artista, bordado por las diabluras de sus piernas, sino también, y quizá más, el gol del ladrón, que su mano robó”, escribe autor de “Las venas abiertas de América Latina”.
Diego Armando Maradona fue adorado no sólo por sus prodigiosos malabarismos sino también porque era un dios sucio, pecador, el más humano de los dioses
EDUARDO GALEANO
En “Cerrado por fútbol” (2017), Galeano volvió al ídolo con una formulación lapidaria: «Maradona fue condenado a creerse Maradona y obligado a ser la estrella de cada fiesta, el bebé de cada bautismo, el muerto de cada velorio. Más devastadora que la cocaína es la exitoína. Los análisis, de orina o de sangre, no delatan esta droga».
Futbolero confeso, Osvaldo Soriano también atracó con ardor en el planeta Maradona. Le dedicó múltiples textos periodísticos, como aquel en el que se posicionó contundente: “Maradona es el gran relato de este país. Un gran relato que todavía no terminó. Nosotros estamos viéndolo ahora en la inmediatez. Porque lo que le pasa al sujeto de nuestro amor no puede sernos ajeno. Por eso no cuenten conmigo para crucificar a Diego».
Tal vez una de las frases más contundentes sobre lo que despertó Maradona sea la que formuló alguna vez el escritor rosarino Fontanarrosa: “Qué me importa lo que Diego hizo con su vida, me importa lo que hizo con la mía”, dijo el autor de «El mundo ha vivido equivocado», que aludió al futbolista en varios de sus textos, como en “No te vayas campeón” (2007) -centrado en su consagración tras su debut con la camiseta de Argentinos Juniors- y “10.6 segundos”, que narra otro de sus míticos goles a los ingleses en el Mundial de 1986 mientras ve pasar su vida antes de vencer a su rival final, el arquero Peter Shilton.
En “Ida y vuelta, una correspondencia sobre fútbol”, un volumen que publicó en 2012 junto al mexicano Juan Villoro, el escritor Martín Caparrós vincula un recorrido por la ciudad de Bangladesh con una una larga reflexión sobre Maradona como símbolo único de la Argentina, concluyendo que «para dos o tres mil millones de personas la Argentina y los argentinos no somos nada más o nada menos que la confusa nube de pedos que aureola la pierna izquierda del Gran Diez».
En noviembre de 2009, mientras se desempeñaba como director técnico de la Selección Argentina, formuló su polémica frase “Que la chupen, que la sigan chupando” tras la clasificación al Mundial de Fútbol Suráfrica 2010 . Días después, el autor de “Larga distancia” y “El hambre”, salió a responderle con ironía en un artículo publicado en la revista SoHo.
“Nos pidió —nos ordenó— que se la chupáramos; aquí estamos, dispuestos a tomar sus órdenes como deseos o algo así. Solo queda que usted fije día y hora, un lugar más o menos discreto —dentro de lo que cabe—, y varios millones nos pondremos en cola para ejercer, de uno en fondo, esa succión que usted comanda. Quizá nos lleve días o semanas: valdrá la pena complacerlo. Será nuestro último homenaje, por los buenos viejos tiempos. Después, si sobrevive usted a tanto respeto —ya no creo que podamos considerarlo amor—, olvídenos, váyase, por favor, adonde pueda y permítanos recordarlo como era cuando era Maradona”, escribió Caparrós.
Amante del fútbol hasta el punto de convertirlo en uno de los vértices de su escritura, Eduardo Sacheri volvió también al triunfo sobre los ingleses en el relato «Me van a tener que disculpar», incluido en el volumen «Esperando a Tito y otros cuentos de fútbol». Alí, el autor de “El secreto de sus ojos”, apunta: «No me jodan con que lo mida con la misma vara con la que se supone debo juzgar a los demás mortales. Porque yo le debo esos dos goles a Inglaterra. Y el único modo que tengo de agradecérselo es dejarlo en paz con sus cosas”.
El escritor y periodista Casciari es otro confeso maradoniano. Escribió sobre el ídolo en varias ocasiones, como ocurrió a propósito de la internación de Maradona en una clínica porteña, allá por 2004. En aquella oportunidad, lo hizo en un blog bajo el seudónimo de Mirta Bertotti, que luego daría lugar a su célebre libro y obra de teatro siendo “Más respeto que soy tu madre”.
«¿Sabés por qué rezo? Porque hubo momentos en los que no tuvimos nada, pero nada, arriba de la mesa, y vos le dabas alegría a mi familia. Alfonsín estaba haciendo estragos, y gracias a Dios justo nos cayó del cielo un Mundial que ganaste de punta a punta», escribe el escritor. Y cierra su memorable texto: «Me dan ganas de explicarle al mundo qué pocas alegrías tuvimos en los últimos veinte años, y que de esas pocas, casi todas vinieron con tu firma. En el futuro nadie se va acordar de que eras un fanfarrrón y un bocasucia. Van a decir que era capaz de levantar a un pueblo triste y volverlo loco de alegría, de hacerlo feliz incluso en las épocas más negras… Para que no se muera ese, yo rezo».
Pero el futbolista no fue solamente territorio de hombres o amantes del fútbol. Grandes escritoras y ensayistas le dedicaron artículos, como María Moreno, que escribió: «Lo más interesante de Maradona -con su doble moral, su metabolización de la psicología más complaciente, sus fascismos de entrecasa, su impunidad y sus privilegios- es que su vivir prueba que puede haber una autoadministración de los goces de la que se puede extraer un año más, que la suerte pesa más que una forma de vida, que hay viajes de ida y vuelta, capaces de desilusionar tanto al paternalismo agorero, que es rey en el país de los psicólogos, como a esa forma sublimada del odio popular: la piedad.»
«Maradona es, por cierto, un dilapidador que anda por el mundo con la reserva acumulada durante algunos años mágicos en el fútbol -definió Beatriz Sarlo-.Se sitúa, sencillamente, en un más allá de la objetividad, del valor y de la norma… Carismático y plebeyo, no puede ser sometido a ningún juicio porque, frente a un exceso que ha tenido mucho de insensato, todo juicio parece moralista. ¿Cómo criticar a Maradona sin que se piense de inmediato en el escándalo mezquino del pequeñoburgués que otros pequeñoburgueses son los primeros en denunciar?».
(…) Cuando Maradona dijo que quería irse de Nápoles, hubo quienes le echaron por la ventana muñecos de cera atravesados de alfileres. Prisionero de la ciudad que lo adoraba y de la camorra, la mafia dueña de la ciudad, él ya estaba jugando a contracorazón, a contrapié; y entonces, estalló el escándalo de la cocaína. Maradona se convirtió súbitamente en Maracoca, un delincuente que se había hecho pasar por héroe.
Más tarde, en Buenos Aires, la televisión trasmitió el segundo ajuste de cuentas: detención en vivo y en directo, como si fuera un partido, para deleite de quienes disfrutaron el espectáculo del rey desnudo que la policía se llevaba preso.
«Es un enfermo», dijeron. Dijeron: «Está acabado». El mesías convocado para redimir la maldición histórica de los italianos del sur había sido, también, el vengador de la derrota argentina en la guerra de las Malvinas, mediante un gol tramposo y otro gol fabuloso, que dejó a los ingleses girando como trompos durante algunos años; pero a la hora de la caída, el Pibe de Oro no fue más que un farsante pichicatero y putañero. Maradona había traicionado a los niños y había deshonrado al deporte. Lo dieron por muerto.
Pero el cadáver se levantó de un brinco. Cumplida la penitencia de la cocaína, Maradona fue el bombero de la selección argentina, que estaba quemando sus últimas posibilidades de llegar al Mundial 94. Gracias a Maradona, llegó. Y en el Mundial, Maradona estaba siendo otra vez, como en los viejos tiempos, el mejor de todos, cuando estalló el escándalo de la efedrina.
La máquina del poder se la tenía jurada. Él le cantaba las cuarenta, eso tiene su precio, el precio se cobra al contado y sin descuentos. Y el propio Maradona regaló la justificación, por su tendencia suicida a servirse en bandeja en boca de sus muchos enemigos y esa irresponsabilidad infantil que lo empuja a precipitarse en cuanta trampa se abre en su camino.
(*) Extracto. Publicado en El Fútbol a sol y sombra, de Siglo XXI.
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