La demolición del Luna Park: un atentado contra la historia y la identidad argentina

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En una decisión que ha generado indignación y rechazo, el Gobierno aprobó de manera exprés la demolición parcial del Luna Park, un ícono cultural y deportivo de Argentina, declarado Monumento Histórico Nacional en 2007. Este proyecto, impulsado por el Arzobispado de Buenos Aires y el empresario Diego Finkelstein, busca ampliar la capacidad del estadio en un 53%, pasando de 8.400 a 13.000 espectadores. Sin embargo, la firma Luna Park SA, concesionaria del recinto, ha desmentido parcialmente la demolición total, afirmando que solo se realizarán cambios y remodelaciones para adaptar el edificio a la estética del microcentro porteño.

Esta modificación en el discurso, que llega después de las fuertes críticas recibidas, no hace más que generar dudas sobre el verdadero alcance del proyecto. ¿Se trata de una estrategia para paliar la indignación pública? Lo cierto es que, más allá de las palabras, cualquier intervención que altere la estructura original del Luna Park representa un atentado contra su valor histórico y simbólico.

Un monumento con alma propia

El Luna Park no es solo un edificio; es un símbolo de la identidad argentina. Inaugurado en 1931, este recinto ha albergado eventos que han marcado la historia del deporte, la música y la cultura nacional. Fue aquí donde, en 1950, la selección argentina de básquetbol logró su primer campeonato mundial, un hito que quedó grabado en la memoria colectiva. También ha sido escenario de conciertos legendarios, peleas de boxeo históricas y eventos políticos y sociales que han definido el rumbo del país.

Demoler el Luna Park sería como derribar el Coliseo Romano para construir un centro comercial, o como destruir la Torre Eiffel para erigir un anfiteatro moderno. Sería como arrasar el Partenón de Atenas para ampliar su capacidad turística, o como demoler la Alhambra de Granada para construir un hotel de lujo. Sería como destruir el Teatro Colón de Buenos Aires para ampliar su aforo. Estas comparaciones no son exageradas: el Luna Park es, para los argentinos, tan emblemático como estos monumentos lo son para sus respectivas culturas.

Una decisión cuestionable

La aprobación del proyecto, impulsada por la presidenta de la Comisión Nacional de Monumentos, Mónica Capano, y el vocal Juan Vacas, se realizó en tiempo récord, en solo dos meses y durante el receso vacacional. Este procedimiento acelerado ha levantado sospechas, ya que trámites de esta naturaleza suelen demorar meses o incluso años. Además, organizaciones como la Fundación Ciudad y Basta de Demoler han denunciado la falta de transparencia en el proceso, solicitando acceso al expediente y al acta de aprobación sin obtener respuesta.

El argumento de que la modernización del estadio es necesaria para adaptarlo a las demandas actuales no justifica la destrucción de un monumento histórico. Como bien han señalado los expertos, es posible modernizar el Luna Park sin violar las normas de protección patrimonial ni comprometer su valor histórico. La ampliación de su capacidad no debería implicar la pérdida de su esencia y su legado.

Un patrimonio en peligro

El Luna Park está ubicado en un Área de Protección Histórica, lo que significa que, por ley, tiene prohibida su demolición y cualquier modificación que altere su volumen original. Sin embargo, este proyecto no solo planea demoler parte de la estructura, sino que también busca transformar su uso, priorizando intereses económicos sobre la preservación cultural.

La última palabra la tendrán el jefe de Gobierno porteño, Jorge Macri, y el papa Francisco, ya que el estadio pertenece a la Iglesia Católica. Sin embargo, la decisión no debería estar en manos de unos pocos, sino de toda la sociedad argentina, que es la verdadera dueña de este patrimonio.

Un llamado a la reflexión

Demoler el Luna Park no es solo perder un edificio; es borrar una parte fundamental de la historia argentina. Es renunciar a un espacio que ha sido testigo de triunfos, emociones y momentos que han definido la identidad nacional. Es sacrificar la memoria colectiva en nombre del progreso, sin entender que el verdadero progreso se construye respetando y preservando el pasado.

Este proyecto debe ser revisado y cuestionado. No podemos permitir que intereses económicos y decisiones apresuradas destruyan un símbolo que pertenece a todos los argentinos. El Luna Park no es solo un estadio; es un monumento vivo que debe ser protegido para las generaciones futuras.

Gonzalo Goro | Diario de Punilla