Por Gabriel Esteban González|Telam
El increíble e interminable último viaje de Medellín a Buenos Aires
En diciembre de 1935, a seis meses de la tragedia aérea, el cuerpo de Carlos Gardel fue exhumado en Colombia, para trasladarlo a la Argentina. El viaje -en tren, camión, lomo de mula y barco- demandó 51 días, a través de cinco países. Llegó a Buenos Aires el 6 de febrero de 1936 y en el ring del Luna Park se montó una capilla ardiente para despedir al Zorzal criollo.
En “La Santa”, uno de sus magníficos “Doce cuentos peregrinos”, Gabriel García Márquez relata el inacabable derrotero de Margarito Duarte cargando el féretro que contenía el cuerpo intacto de su bellísima hija, aún 33 años después de su muerte. Margarito llevaba más de dos décadas peregrinando por Roma con lo que para él era la prueba del milagro, en procura de la canonización de su hija, su objetivo desde que había dejado las montañas de Tolima. Y aunque habían pasado veintidós años y cinco papas, el colombiano Duarte no se rendía.
Los restos de Carlos Gardel no tardaron tanto tiempo en regresar de Medellín a Buenos Aires. Pero sí demandaron casi dos meses de viaje en tren, camión, lomo de mula y barco, a través de cinco países: Colombia, Panamá, Estados Unidos, Brasil y Uruguay, hasta llegar a la Reina del Plata. Un periplo digno del realismo mágico que se extendió por unos 18 mil kilómetros, casi el triple de la distancia en línea recta. Pero, después de la tragedia aérea, de ninguna manera se iba a traer al Zorzal criollo en un avión.
El periodista e investigador gardeliano Norberto Chab contó a Télam que la repatriación de los restos de Gardel fue el fruto de arduos reclamos diplomáticos y sociales, encabezados por Armando Defino, el apoderado del ídolo. “Fue un éxito a medias por sólo se lo pudo traer al Morocho del Abasto.Los cuerpos de Alfredo Le Pera, Guillermo Barbieri, Ángel Riverol y José Corpa Moreno, los otros argentinos que murieron en el accidente, recién volverían el 23 de junio de 1937, a instancias de José Le Pera, hermano del poeta fallecido”.
En mula, por los Andes colombianos
La exhumación del cadáver comenzó a la seis de la tarde del 18 de diciembre de 1935. Los empleados del cementerio San Pedro de Medellín esperaron que bajara el sol porque el calor era insoportable para ponerse a excavar la fosa.Pronto quedó al descubierto un féretro de metal labrado y, dentro, una segunda caja metálica que no fue abierta. Los presentes hicieron un prolongado y respetuoso silencio. No olvidemos que también en Colombia, Gardel era Gardel.
Después siguieron los complicados trámites de rigor, con firmas de funcionarios del cementerio, de médicos sanitaristas, un permiso especial del Departamento de Higiene de la ciudad. Finalmente, se colocó el cuerpo en otra caja de zinc y luego en otra de madera, para evitar daños en el traslado. Todo terminó casi a la medianoche, cuando el ataúd fue llevado a la estación para partir a la mañana siguiente en el primer tren del Ferrocarril del Cauca.
Serpenteando valles y montañas, el tren recorrió los 80 kilómetros hasta La Pintada donde, por una problema en las vías, el viaje tuvo que continuar en una berlina, una mezcla de camión de carga y micro de pasajeros, rumbo a Valparaíso, apenas 30 kilómetros más allá. En esa ciudad las complicaciones volvieron a aparecer. Un desprendimiento de piedras bloqueó la ruta hacia Ríosucio, la siguiente escala, y hubo que seguir… a lomo de mula y por escarpados senderos. Un día llevó cubrir los 20 kilómetros hasta el poblado de Caramanta, luego de trepar el cerro homónimo, de casi 4.000 metros de altura. La caravana, que llevaba “20 baúles, tres cajas de sombreros y el ataúd de Gardel” -contaba una crónica de la época- perdió varios de esos baúles cuando un par de mulas cayó por un precipicio.
De Caramanta a Pereira, unos 150 kilómetros, se continuó en una berlina del Expreso Ribón, pero con obligadas escalas en cada pueblo que pasaban: Marmato, Ríosucio, Supía. Precisamente en esta última, los habitantes y admiradores del Zorzal montaron una capilla ardiente en la plaza principal.
Afortunadamente, en Pereira la caravana continuó los restantes 200 kilómetros hacia el puerto de Buenaventura en tren del Ferrocarril de Antioquía, que “como homenaje al cantor, no cobró el valor del flete”, reseñó el historiador Héctor Londoño López.
Recién a diez días de la partida de Medellín, el 29 de diciembre, Gardel llegó a las aguas del Pacífico, en Buenaventura, para ser embarcado en el vapor San Mónica rumbo a la ciudad panameña de Colón, en la puerta occidental del famoso canal. Allí, después de 700 kilómetros de navegación, el féretro cambió una vez más de transporte y pasó a otro vapor, el Santa Rita, en el que recorrería los 80 kilómetros del canal y el resto del viaje hacia Nueva York (otros 3.700 kilómetros), donde arribó el 7 de enero de 1936.
A sus plantas rendida Nueva York
Gardel había conocido las luces neoyorquinas en 1933, cuando llegó consagrado en Europa y con la enorme posibilidad de agigantar su carrera en la música y también en el cine. En Nueva York grabó muchos de sus grandes éxitos: ”Cuesta abajo», «Volver», «Mi Buenos Aires querido» «El día que me quieras», «Por una cabeza”… Vivió en un departamento frente al Central Park y en 1936 pensaba cruzar el país hasta Hollywood para hacerse fuerte en la pantalla grande, proyectos que quedaron truncos en Medellín.
Era tal la idolatría en esta ciudad que los restos de Gardel fueron velados en una casa funeraria durante más de una semana, antes de volver a ser embarcado en el vapor Pan American. El 17 de enero comenzó la última etapa del viaje -unos 11 mil kilómetros, con escalas en Rio de Janeiro y Montevideo- hacia Buenos Aires. El 6 de febrero, al mediodía, después de 51 días y casi 18.000 kilómetros, el Morocho del Abasto fue recibido en el puerto por unos 40 mil admiradores. Porque, como dice la letra de “Volver”, compuesto por el propio Carlitos, “siempre se vuelve al primer amor”.
No habrá más penas ni olvido
Una carroza fúnebre, sencilla, tirada por seis caballos y plena de ofrendas florales, llevó el féretro, cubierto con un poncho que usaba Gardel. El recorrido fue corto, hasta el Luna Park, el lugar elegido para la capilla ardiente. Más precisamente en el centro del ring. La ceremonia se extendió durante toda la noche; a la mañana siguiente, el cortejo partió hacia el cementerio de la Chacarita, donde fue sepultado en el Panteón de los Artistas.
Pero esa no fue la última morada de Gardel. No. En diciembre de 1936, el gobierno de Buenos Aires le otorgó una doble parcela exclusiva por lo que, un año después, el cuerpo del Zorzal volvió a ser exhumado y trasladado un centenar de metros. Allí, en el mausoleo que tiene su estatua en la entrada, reposa para siempre el hombre que llevó el tango a medio planeta.